La sensación de que el tiempo pasa más rápido cuando somos adultos no es solo una impresión común, sino tiene bases psicológicas, neurológicas y hasta perceptivas. No es que el tiempo cambie de velocidad, sino que la forma en que nuestro cerebro lo procesa cambia. Algunas de las razones más aceptadas son:
Cada año es proporcionalmente más pequeño en tu vida
Cuando tienes 5 años, un año es el 20% de tu vida; lo cual parece una eternidad.
Cuando tienes 30, un año es apenas el 3,3%.
Conforme envejecemos, cada año representa una fracción más pequeña de nuestra experiencia total, por eso se siente más corto.
El cerebro registra menos recuerdos nuevos
En la infancia todo es nuevo: aprender a leer, ir a la escuela, nuevos amigos, primeras experiencia, etc.
Novedad = muchos recuerdos = el tiempo “se llena”.
En la adultez, la vida se vuelve más rutinaria, entre trabajo, responsabilidades y hábitos fijos.
Rutina = menos recuerdos novedosos = el tiempo parece comprimido.
Cambia nuestra percepción interna del tiempo
Con la edad, el metabolismo y la actividad cerebral se vuelven más estables. Algunos estudios sugieren que bucles neuronales más lentos hacen que procesemos menos información por intervalo de tiempo, y si ocurre menos internamente, sentimos que “pasó rápido afuera”.
Nuestra atención y prioridades cambian
De niños vivimos el presente; jugamos, exploramos, sentimos cada momento. Como adultos, nuestra mente está en el futuro: pagos, metas, responsabilidades, etc., por tanto, vivimos más en planes que en experiencias.
Cuanta menos atención prestamos al presente, más rápido parece irse.
Entonces, ¿cómo hacer que el tiempo se sienta más amplio?
- Rompe la rutina: aprende y aplica cosas nuevas como viajar y cambiar caminos habituales.
- Hacer memorables los días con retos y experiencias nuevas.
- Practica presencia: haz mindfulness o atención plena, observa detalles y disfruta momentos.
- Crea hitos anuales: objetivos, proyectos, metas y eventos especiales.














